Vivir tras las rejas no implica perder el derecho a la salud. Los funcionarios de la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE) atienden diariamente a varias personas privadas de libertad en la clínica de la Unidad Nº5 “Femenino”.                                                     

“Enfermera, enfermera”, grita una de las reclusas desde la reja sin obtener respuesta. “Enfermera, enfermera”, sigue gritando con una mano apoyada en la reja y la otra en la parte inferior del abdomen hinchado. En ese instante, levanta levemente la cabeza y grita: “Me duele todo acá abajo mal, mal”. Insiste hasta que finalmente aparece la doctora de la emergencia: “Jenny, no podés venir a consultar todos los santos días y más de una vez. Anotate para policlínica”. “Es que no soporto el dolor”, responde la reclusa.

 

La doctora abre la reja, deja pasar a otras personas y se retira como si nada hubiese pasado, mientras que Jenny, al borde de las lágrimas, sigue gritando: “No ves que no aguanto el dolor, no seas mala, no me dejés así ¿Cómo es que no me puede atender? Me duele como loco esto”.

Jenny espera a ser atendida con una mano en el vientre y expresión de dolor en la puerta de la clínica de la Unidad N°5 “Femenino”. Foto: Faustina Bartaburu

Al otro lado de la reja de entrada hay tres asientos grises y en fila, similares a los que se encuentran en las terminales de ómnibus, que componen la reducida sala de espera. Allí está sentado un policía y dos reclusas. Al lado, de pie, una operadora penitenciaria está encargada de acompañarlas. Una de las dos reclusas lleva un vestido largo y sandalias, la otra es más corpulenta y viste una bermuda y una musculosa. Ambas esperan ser atendidas, pero con más suerte que Jenny, que sigue esperando detrás de la reja.

Frente a los asientos, un cartel indica que ninguna persona privada de libertad puede asistir a la clínica sin custodia de un policía o un operador. Pero al parecer Jenny no lo entiende. Dos reclusas se acercan a ella para preguntarle qué sucede. “Saben que te tienen que sacar eso, ¿cuál hacen?”, le dicen. Jenny vuelve a gritar: “¡Enfermera, no aguanto más!, me duele, enfermera”.

Finalmente sale un enfermero, con pelo y barba blanca. Les pregunta a las reclusas que están sentadas cuál es el motivo por el que asisten. La de vestido contesta que es solo para pesarse: “Tengo peso diario”. La otra para tomarse la presión. El hombre hace ingresar a la última con la doctora y deja pasar, finalmente, a Jenny. “No aguanto más el dolor, no puedo más”, vuelve a decir, a lo que el enfermero responde: “Dale, Jenny, no me vengas a hacer letra que hace un rato estabas a los gritos y a las risas acá en la puerta”. Si el objetivo de pronunciar estas palabras era hacerla callar, no tiene éxito.

 

Jenny se sienta sin quitarse la mano del abdomen. A los pocos minutos se levanta para ir al baño.

—¿Qué tiene ella?- pregunta una reclusa presente.

—Mañas. Mañas que le dan acá- responde la operadora.

Es el turno de Jenny de ser atendida. Le piden la cédula y en menos de dos minutos está fuera. Se va en silencio, tranquila, con su medicación.

Según la doctora Natalia Olivera, que trabaja en la emergencia de la Unidad Nº5 “Femenino” (Cárcel de Mujeres), Jenny sufre miomatosis, una enfermedad en el útero por la que necesita operarse. Además, padece adicción a los psicofármacos. Según Olivera, la mujer asiste más de cinco veces por día a la clínica en busca de medicación “para calmar el dolor”, pero la profesional asegura que en realidad utiliza su enfermedad como excusa para traficar medicamentos.

“Es una traficante de psicofármacos, le sirve hasta una Novemina para venderla. Cuando le damos la medicación, la vemos corriendo por la cárcel como si ya se lo hubiese pasado todo”. Jenny pertenece al casi 50% de las internas de la Cárcel de Mujeres que toma psicofármacos, según datos brindados por el Sistema de Atención Integral – Personas Privadas de Libertad (SAI-PPL).

Para ahogar las penas

Son las ocho de la mañana de un miércoles de octubre y el movimiento en la clínica comienza a aumentar. Con la llegada de los especialistas, las reclusas se levantan a buscar medicación y a solicitar asistencia. El día empezó complicado: llegó una interna intoxicada de forma intencional. Ingirió pastillas de más y la tuvieron que entubar. Al parecer, ya está estable y su presión es normal, pero necesita que la vea un psiquiatra. Como es miércoles, el psiquiatra de la unidad está en el piso. Cuando esto no ocurre, todos los días menos los lunes y los miércoles, la interna debe ser trasladada al Hospital Vilardebó, para que se le haga un diagnóstico y se le medique.

La doctora Olivera ordena que el psiquiatra vea a la interna. En ese mismo instante, suena el teléfono y es la coordinadora de la unidad que pregunta si se va a trasladar a la paciente a un hospital público para estabilizar los signos vitales. La doctora contesta que no, ya que la interna se encuentra estable. Minutos más tarde, la enfermera informa que el psiquiatra acaba de indicar que sí debe ser trasladada, porque la reclusa no rectifica: “Sigue diciendo que se quiere matar, Caterino ordenó que debe estar doce horas en observación”. La doctora contesta que ya avisó que no y que ahora no hay vuelta atrás: “No va a quedar otra que esperar acá y trasladarla al Vilardebó”.

Situaciones similares ocurren casi todos los días en la clínica de la Cárcel de Mujeres, según Olivera. No son tantas las internas que caen por lesiones de otras presas, sino que hay más por intoxicaciones o cortes que ellas mismas se realizan. En la mayoría de los casos la causa es depresión.

Natalia trabaja en la emergencia y realiza la guardia de los miércoles. Explica que en general las consultas “son banales” y las emergencias muy pocas: “Lo más común son cefaleas, angustias, depresión y después, dependiendo de la época del año, aparecen las alergias. En verano empiezan con la enterocolitis, porque toman el agua de acá que no tiene filtro”.

La clínica es pequeña pero, según la enfermera Mónica Melgar, las condiciones son buenas y cuenta con lo necesario. El centro se encuentra en la planta baja del establecimiento. Una reja separa a las internas de los médicos, enfermos y especialistas, que se encuentran en la clínica. Cuenta con cuatro psicólogos, un terapeuta, un psiquiatra y un dentista, además de las enfermeras, que rotan según el día. La emergencia permanece las 24 horas abierta y trabaja con dos enfermeros y un médico.

Tras la reja de entrada están los consultorios y la sala de emergencia. Le sigue un pasillo con habitaciones. En una de ellas, se encuentra la coordinadora del equipo de salud. A los pocos metros, otra con tres camas para que los trabajadores que están de guardia puedan dormir mientras ninguna interna los necesite. Enfrente, el comedor de los funcionarios y al final del pasillo a la izquierda, el economato, el lugar donde guardan los medicamentos.

Puerta de la emergencia de la clínica de la Unidad N°5 “Femenino”. Foto Pamela Saettone

Natalia no sabe decir cuántas internas atiende por día, pero asegura que la mayoría son constataciones de lesiones, es decir, internas que son trasladadas de módulo o que ingresan o egresan de la unidad y deben ser vistas por un doctor. Las demás consultas suelen producirse con el fin de conseguir medicamentos: “Me piden y yo no les doy, ahí sí te putean, te gritan, pero después se les pasa. Obviamente que si les duele la cabeza, se le da un analgésico, pero no es porque ellas quieren, no es un almacén, es un centro de salud. A demanda, no, a necesidad, sí. Te dicen: ‘Pero si yo estoy en la calle me compro un Perifar’ y les contesto que ya no están en la calle. Yo les doy algo y tengo que saber por qué se lo doy”, afirma Olivera.

A su vez, asegura que las internas ya saben lo que consiguen con cada doctor: “Nos conocen los puntos, saben que vienen tal día y obtienen determinada cosa. Entonces, cuando me vienen a pedir medicamentos, les digo: ‘Y bueno, elegiste la guardia de los miércoles para venir, hubieras elegido otro día’”.

Si bien la doctora asegura que no ha recibido agresión física de parte de las internas, sí le han insultado, escupido y hasta le han dado vuelta el escritorio por no recetarles medicación. Asegura que, cuando esto sucede, la mayoría de las internas se dan la cabeza contra las paredes y se golpean a sí mismas.

La gran demanda de psicofármacos se debe a que muchas reclusas los utilizan como reemplazo de la droga, pero otras lo hacen para venderla. Por eso, se está intentando que la medicación en la unidad se dé por boca, es decir, que haya enfermeras que se encarguen de suministrar el medicamento a cada interna. Sin embargo, todavía no se ha logrado. Gustavo Valciukas, operador penitenciario encargado de coordinar el área de salud con las reclusas, afirma que se debería dar la medicación por vía oral porque “muchas personas acá no tienen la rutina para tomar el medicamento, ni saben a qué hora tomarla y a veces toman medicación de más porque creen que la necesitan”.

De las aproximadamente 350 internas que hay en toda la unidad, 280 se atienden en la clínica. Es decir, el porcentaje que hoy no recibe atención es muy bajo. Según Valciukas, tras la muerte de una interna, se puso en marcha un proyecto para universalizar y controlar la salud dentro del centro penitenciario. A partir de ese acontecimiento, se decidió llevar registro de las reclusas que se atendían y asegurar que todas asistan al médico al menos una vez cada seis meses.

La coordinadora de SAI-PPL, Mónica Rossi, asegura que el objetivo es “universalizar la salud, que sea independiente del Ministerio del Interior y que se les brinde asistencia a los usuarios dentro de las cárceles como cualquier usuario de cualquier servicio”. Esta modalidad de trabajo a nivel de salud está presente en Unidad Nº4 Santiago Vázquez (ex-Comcar), Penal de Libertad, Punta de Rieles, Unidad Nº5 y en Madres con niños.

Las personas privadas de libertad tienen los mismo derechos que cualquier ciudadanos, menos votar y la libertad. La asistencia en salud debe ser la misma para ellos que para cualquier persona que se encuentra fuera de la cárcel, pero la realidad es que muchas internas se abusan de este derecho y lo aprovechan para conseguir medicación, aunque otras lo utilizan para llamar la atención y algunas solo para respirar aires nuevos.

Por Pamela Saettone